Escrito: 1924.
Primera edición: El Obrero Textíl, vol. V, No. 59, Lima, mayo 1, 1924.
Fuente: José Carlos Mariátegui, La organización del proletariado, Comisión Política del Comité Central del Partido Comunista
Peruano (eds.). Lima: Ediciones Bandera Roja, 1967.
Preparado para el Internet: Marxists Internet Archive, 2000.
El 1° de Mayo es, en todo el mundo, un día de unidad del proletariado revolucionario, una fecha que reúne en un inmenso frente único internacional a todos los trabajadores organizados. En esta fecha resuenan, unánimemente obedecidas y acatadas, las palabras de Carlos Marx: "Proletarios de todos los países, uníos". En esta fecha caen espontáneamente todas las barreras que diferencian y separan en varios grupos y varias escuelas a la vanguardia proletaria.
El 1° de Mayo no
pertenece a una Internacional es la fecha de todas las Internacionales.
Socialistas, comunistas y libertarios de todos los matices se confunden y se
mezclan hoy en un solo ejército que marcha hacia la lucha final.
Esta fecha, en suma, es
una afirmación y una instalación de que el frente único proletario es posible y
es practicable y de que a su realización no se opone ningún interés, ninguna
exigencia del presente.
A muchas meditaciones
invita esta fecha internacional. Pero para los trabajadores peruanos las más
actual, la más oportuna es la que concierne a la necesidad y a la posibilidad
del frente único. Últimamente se han producido algunos intentos seccionistas. Y
urge entenderse, urge concretarse para impedir que estos intentos prosperen,
evitando que socaven y que minen la naciente vanguardia proletaria del Perú.
Mi actitud, desde mi
incorporación en esta vanguardia, ha sido siempre la de un fautor convencido,
la de un propagandista fervoroso del frente único. Recuerdo haberlo declarado
en una de las conferencias iniciales de mi curso de historia de la crisis
mundial. Respondiendo a los primeros gestos de resistencia y de aprensión de algunos
antiguos y hieráticos libertarios, más preocupados de la rigidez del dogma que
de la eficacia y la fecundidad de la acción, dije entonces desde la tribuna de
la Universidad Popular: "Somos todavía pocos para dividirnos. No hagamos
cuestión de etiquetas ni de títulos."
Posteriormente he
repetido estas o análogas palabras. Y no me cansaré de reiterarlas. El
movimiento clasista, entre nosotros, es aún muy incipiente, muy limitado, para
que pensemos en fraccionarle y escindirle. Antes de que llegue la hora,
inevitable acaso, de una división, nos corresponde realizar mucha obra común,
mucha labor solidaria. Tenemos que emprender juntos muchas largas jornadas. Nos
toca, por ejemplo, suscitar en la mayoría del proletariado peruano, conciencia
de clase y sentimiento de clase. Esta faena pertenece por igual a socialistas y
sindicalistas, a comunistas y libertarios. Todos tenemos el deber de sembrar
gérmenes de renovación y de difundir ideas clasistas. Todos tenemos el deber de
alejar al proletariado de las asambleas amarillas y de las falsas
"instituciones representativas". Todos tenemos el deber de luchar
contra los ataques y las represiones reaccionarias. Todos tenemos el deber de
defender la tribuna, la prensa y la organización proletaria. Todos tenemos el
deber de sostener las reivindicaciones de la esclavizada y oprimida raza
indígena. En el cumplimiento de estos deberes históricos, de estos deberes
elementales, se encontrarán y juntarán nuestros caminos, cualquiera que sea
nuestra meta última.
El frente único no
anula la personalidad, no anula la filiación de ninguno de los que lo componen.
No significa la confusión ni la amalgama de todas las doctrinas en una doctrina
única. Es una acción contingente, concreta, práctica. El programa del frente único
considera exclusivamente la realidad inmediata, fuera de toda abstracción y de
toda utopía. Preconizar el frente único no es, pues, preconizar el
confusionismo ideológico. Dentro del frente único cada cual debe conservar su
propia filiación y su propio ideario. Cada cual debe trabajar por su propio
credo. Pero todos deben sentirse unidos por la solidaridad de clase, vinculados
por la lucha contra el adversario común, ligados por la misma voluntad
revolucionaria, y la misma pasión renovadora. Formar un frente único es tener
una actitud solidaria ante un problema concreto, ante una necesidad urgente. No
es renunciar a la doctrina que cada uno sirve ni a la posición que cada uno
ocupa en la vanguardia, la variedad de tendencias y la diversidad de matices
ideológicos es inevitable en esa inmensa legión humana que se llama el
proletariado. La existencia de tendencias y grupos definidos y precisos no es
un mal; es por el contrario la señal de un periodo avanzado del proceso
revolucionario. Lo que importa es que esos grupos y esas tendencias sepan
entenderse ante la realidad concreta del día. Que no se esterilicen
bizantinamente en exconfesiones y excomuniones reciprocas. Que no alejen a las
masas de la revolución con el espectáculo de las querellas dogmáticas de sus
predicadores. Que no empleen sus armas ni dilapiden su tiempo en herirse unos a
otros, sino en combatir el orden social sus instituciones, sus injusticias y
sus crímenes.
Tratemos de sentir
cordialmente el lazo histórico que nos une a todos los hombres de la
vanguardia, a todos los fautores de la renovación. Los ejemplos que a diario
nos vienen de fuera son innumerables y magníficos. El más reciente y
emocionante de estos ejemplos es el de Germaine Berthon. Germaine Berthon,
anarquista, disparó certeramente su revólver contra un organizador y conductor
del terror blanco por vengar el asesinato del socialista Jean Jaurés. Los
espíritus nobles, elevados y sinceros de la revolución, perciben y respetan,
así, por encima de toda barrera teórica, la solidaridad histórica de sus
esfuerzos y de sus obras. Pertenece a los espíritus mezquinos, sin horizontes y
sin alas, a las mentalidades dogmáticas que quieren petrificar e inmovilizar la
vida en una fórmula rígida, el privilegio de la incomprensión y del egotismo
sectarios.
El frente único proletario, por fortuna, es entre nosotros una decisión y un anhelo evidente del proletariado. Las masas reclaman la unidad. Las masas quieren fe. Y, por eso, su alma rechaza la voz corrosiva, disolvente y pesimista de los que niegan y de los que dudan, y busca la voz optimista, cordial, juvenil y fecunda de los afirman y de los que creen.
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